Por Giglia Vaccani.
A menos de dos décadas del magnífico discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) del periodística Gabriel García Márquez donde hablaba del “nocivo avance tecnológico de la grabadora”, entre otros hitos, en la práctica del oficio las cosas terminaron sorpresivamente más enredadas para los periodistas: llegó Internet con sus redes sociales; sus textos breves e hipervinculados; las burbujas de ocio y la cultura de la convergencia; la multimedia y los hipertextos; el touch y la lectura por escaneo; la big data y la minería de datos; la infoxicación y los bots; los APPs y los responsive; los teléfonos inteligentes y los phablets; la realidad aumentada y el 3D.
Todas, herramientas que obligaron al periodista a plantearse si es que acaso no había llegado la hora de asumir que su rol ya no era vital para informar desde la calle, desde el in situ, el hecho noticioso, la anécdota, la historia humana, la denuncia.
El primer remezón en el corazón del reportero fue el nacimiento del Periodismo Ciudadano o Periodismo 2.0, a fines de los años ’90, caracterizado por la participación de los propios ciudadanos en el proceso de creación y difusión de la información, muy bien alentado por la democratización de Internet, la masificación de los medios digitales y la consolidación de los entornos colaborativos.
Luego vinieron las transformaciones en la industria periodística más influyente del mundo: “The New York Times vende de lunes a sábado cerca de un millón de ejemplares y tiene 22 millones de usuarios únicos de Internet sólo de Estados Unidos. The Guardian vende 300 mil ejemplares diarios en el Reino Unido y su edición electrónica es vista por 36 millones de personas en todo el mundo diariamente. The Times de Londres tiene 673 mil ejemplares diarios y 21 millones de visitantes al mes”, precisaba ya en 2007 Matías Martínez Molina en su libro La Crisis de los Grandes Periódicos al dar cuenta de los cambios en la industria.
En Chile, el proceso no ha sido menos sintomático. Un estudio realizado en tres regiones del país de lectores de medios escritos y audiencia de radios (Conicyt) precisaba ya en 2011 que “el nivel de lectoría de jóvenes entre 15 y 29 años en la on line era muy superior respecto a los medios impresos. Y que mientras el papel presentaban niveles de lectoría de 34% en la IV Región, 39% en la V y 28% en la VIII; para los medios en su versión online los niveles subían a 48%, 58% y 45%, respectivamente”.
Cambiaron los medios, cambiaron los lectores y también cambió el mercado de la publicidad: en Chile, mientras en 2004 la participación en el mercado publicitario de los medios on line apenas alcanzaba los U$ 9 millones, en 2013 ya se empinaba sobre los U$ 232 millones. En el caso de la televisión nacional las ventas en publicidad crecieron en la última década a un ritmo de 23% y los diarios a 17%, tasas despreciables si se comparan con el crecimiento que la venta de publicidad on line ha tenido en menos de 3 años: 1.467%.
Las nuevas tecnologías, con sus innovaciones incesantes y vertiginosos ritmos no han dado respiro para que los reporteros se sienten en sus redacciones a reformular la generación de contenido para “los otros lectores” de “los otros formatos” de “los otros canales” informativos que hoy comienzan a hacerse un espacio fuera del papel, la tv, la radio y el portal web.
De ahí el deber ético de los periodistas de entregar su experiencia a la academia y sus aulas, sus docentes y pupilos, con el objetivo de no dejar hechos al azar y comenzar a epistemologizar sobre los distintos paradigmas que se abren en el consumo noticioso de la Sociedad de la Información. Eso sí, sin dejar nunca de cumplir con la sagrada misión de defender a la opinión pública de toda amenaza que atente contra el pluralismo social y la democracia política.
No hacerlo hoy resultaría una afrenta a la esencia ética de, lo que Gabriel García Márquez llamó en ese mismo discurso ante la SIP del año 1996, “el mejor oficio del mundo”.