Escuela de Periodismo UCN

Escuela de Periodismo UCN
La Escuela de Periodismo de la Universidad Católica del Norte es una unidad académica que tiene 56 años de trayectoria, formando a los profesionales del área de comunicaciones.

«La calle es dura, pero es mi casa»

Jorge Jara, indigente:

«La calle es dura, pero es mi casa»

El hombre nacido en Chañaral relata diversos hechos de su vida que lo llevaron a hacer de las calles de Antofagasta su nuevo hogar. En esta entrevista expone sus sentimientos al enfrentarse a una situación tan vulnerable y envía un profundo mensaje para la sociedad con respecto a la gente que se encuentra en su situación.

Por Vicente Rivera M.
Para el curso de «Técnica de la entrevista».

Jorge Jara (54) está sentado en un pequeño muro amarillo en pleno paseo costero, cercano al puerto de Antofagasta. Junto a él se encuentra un carro de supermercado repleto de cosas que lleva a todos lados y son su única compañía. Descansa bajo la salvadora sombra de un pino que lo protege del sol avasallador. “El calor es lo que más me complica, los días como este son los que más se sufren en la calle, no queda más que refugiarse y esperar que el sol se esconda”, comenta.

Unas botas viejas, un pantalón negro manchado, una camiseta que solía ser blanca, pero que ahora tiene tonos grisáceos y un chaleco naranjo reflectante es lo que suele vestir en su día a día. De vez en cuando, ocupa un gorro que cubre su cabello canoso que contrasta con su piel bronceada y sus ojos oscuros que están acompañados por unas holgadas ojeras. Su gruesa barba se ve casi de color amarillo por el desgaste. El hombre dice no tener un lugar específico en el que quedarse, sino que prefiere estar moviéndose constantemente, ya que se aburre rápido y es un “tipo aventurero”.

Jorge ha vivido la dureza y frialdad de la calle durante más de 30 años, a pesar de todo ese tiempo, asegura recordar de forma clara la primera noche en la que, sin tener otra posibilidad, tuvo que dormir bajo la oscura noche antofagastina. “Estaba muy desesperado, no sabía qué hacer ni dónde ir. Al entender que no tenía otra opción, busqué una banca y me recosté, creo que con suerte pude dormir una hora”, asegura. Por otro lado, sostiene firmemente que no le gusta pensar en “el mañana” y prefiere centrarse en el presente, sin embargo, afirma que, al pasar tanto tiempo solo, siempre reflexiona sobre su pasado.

—¿Qué recuerda de su juventud y de qué forma esos recuerdos le afectan en su día a día?

De Chañaral no recuerdo mucho, era muy chico todavía. Con mi mamá y hermano llegamos a Antofagasta cuando yo tenía 6 o 7 años. De acá (Antofagasta) sí me acuerdo más, pasaba en la calle jugando a la pelota y en el liceo me iba pésimo, nunca fui bueno para estudiar. Mi mamá siempre me retaba por algún cagazo que me mandaba, pero la quería muchísimo porque ella era lo único que tenía, y a mi hermano, un año menor que yo. Nunca conocí mi papá, por eso, mi mamá lo era todo para mí. Fue en el liceo que tuve mi mayor error; me comencé a juntar con la gente equivocada y me metí en el mundo de las drogas. Dejé el estudio de lado y mi mamá ya no me quería ni ver, no quería ni siquiera que me acercara a mi hermano, por lo que nunca fui muy cercano con él. Creo que mi mamá me aguantó bastante tiempo hasta que ya no dio más y cuando tenía como 22 años me echó de la casa, ya que yo no hacía nada, no estudiaba ni trabajaba, solo salía a drogarme. Estuve un tiempo viviendo en la casa de uno de estos amigos que yo tenía, pero después, por cosas de la vida, me tuve que ir y quedé solo, tirado en la calle. Durante un tiempo seguí en las drogas, pero después de un largo rato estando solo, me di cuenta de que no me servían de nada y solo me estaba haciendo mal a mí mismo, así que intenté dejarlas. Me costó mucho, pero lo logré, y aquí estoy.

—¿Se arrepiente de haber entrado en el mundo de las drogas?

Obvio que sí, me arrepiento de tomar esas malas decisiones, como haber caído en las drogas. Pude haber hecho las cosas de otra forma, haber sido más fuerte cuando las cosas se pusieron difíciles, pero tampoco era sencillo; mi entorno estaba metido en ese mundo, entonces era complicado que yo no cayera en eso. Quizá si hubiera pedido ayuda a tiempo o hubiese hecho caso a las advertencias de mi mamá, no estaría aca. Pero igual ahora trato de no arrepentirme demasiado. Creo que las cosas pasaron como tenían que pasar simplemente, y ya estoy muy viejo para pensar en que cosas tuve qué haber hecho y qué cosas no. Ahora vivo de una forma más tranquila y más reflexiva. Mi mente está en paz en ese sentido, aunque yo esté en esta situación… en la calle.

—¿Hace cuanto no mantiene contacto con su madre o con su hermano?

(Toma una pausa para pensar) Hace mucho tiempo… desde que me fui de mi casa no he visto a mi familia, ni siquiera sé dónde estarán ahora; a esta altura no sé si quiero saberlo. Los extraño mucho, sobre todo a mi mamá, porque sé que me equivoqué, y ella no se merecía que yo tomara este camino. Los primeros años que pasé en la calle, siempre me parecía verla entre las mujeres que pasaban por los lugares en que yo estaba, después me daba cuenta de que no era ella. Una vez volví a la casa en la que vivíamos, pero ya no estaba ahí, se había ido. Con el tiempo dejé de pensar en eso y entendí que no la volvería a ver, pero sí la extraño mucho.

¿Qué le diría si la pudiera ver por una última vez?

Jorge mantiene silencio y suspira, como si nunca hubiese pensado en que esa remota posibilidad se pudiera concretar. Tras pensar la respuesta por un momento, dice: “No sé si sería capaz de acercarme a ella de la forma en que me encuentro ahora, no me gustaría que me viera así”. Entre el sonido de los autos pasando por la avenida a su espalda y los graznidos de las gaviotas que pasan por lo alto justo en ese momento, Jorge mira al cielo y reflexiona. Cuando se reincorpora, asegura que, de presentarse la oportunidad de tenerla en frente, simplemente atinaría a abrazarla muy fuertemente y pedirle perdón. “No puedo volver el tiempo atrás, pero me aseguraría de que ella sepa de lo arrepentido que estoy por el camino que tomó mi vida”, finaliza con un tono de voz tenue y entristecido.

¿De qué forma ha impactado en su persona el haber vivido todo este tiempo en la calle?

Vivir en la calle te cambia. Te pone más desconfiado y más cerrado. Aprendes a protegerte, a no esperar nada de nadie. Además, uno ya no descansa porque siempre hay que dormir con un ojo medio abierto y eso a la larga te va desgastando mucho. Te haces una persona más fría, pero la calle también te enseña a ser fuerte, a resistir. Ahora que ya he pasado tanto tiempo viviendo acá, he dejado de preocuparme por cosas que no son tan importantes y comencé a vivir con más calma y tranquilidad, dentro de lo que me puedo permitir aquí. Me he ido acostumbrando a las dificultades que se ponen en mi camino. La calle es dura, pero al fin y al cabo, es mi casa.

¿Hay alguna época o momento que recuerde de forma especial desde que vive en la calle?

Cuando pasó ese tema del virus (COVID-19) que la gente no podía salir de sus casas, recuerdo que se sentía muy raro todo. La soledad de la calle no parecía real; de alguna forma me gustaba tener esa paz, poder descansar mejor porque sabía que no había nadie alrededor, que nadie me miraba, pero también se sentía que faltaba esa vida de la calle. A mí me gusta mucho sentarme un rato y solo mirar lo que pasa alrededor, ¿cachai?, así uno se da cuenta de cosas que de otra forma nunca lo haría. La gente ahora va tan rápido que se pierden muchas cosas; pero yo no, como no tengo más que hacer, puedo detenerme y mirar, pero claro, en esa época no podía porque no había gente.

¿Cómo siente el trato de la gente hacia las personas que se encuentran en su situación?

En general, la gente no pesca mucho a las personas como yo, es casi como si fuéramos invisibles. Pero hay otros que te miran con desprecio o quizá con un poco de miedo porque piensan que les pueden hacer algo. No los culpo porque sé que hay muchas personas en esta situación que aún están metidas en las drogas y si son personas peligrosas; al menos yo ya no estoy en ese mundo y no me interesa hacerle mal a nadie, solo me intereso en mí. Pero si hay gente que mira como si fuéramos un problema, a veces nos dan algo de comida o una moneda, pero siempre con esa mirada de “te estoy haciendo un favor”. Pocas veces alguien te trata con amabilidad, como si fuéramos personas, no “gente de la calle”. Igual hay gente buena, que se reúne para ayudarnos, cuando se acercan fechas como Navidad en las que nos traen cosas y se acercan a hablar un rato. De hecho, hace poco me regalaron una manta y un poco de comida, siempre se agradece ese tipo de gestos. Entonces cuando uno ve cosas como esas piensa en que aún queda gente buena, pero como te digo, la mayoría no nos ve con buenos ojos.

¿Alguna vez ha tenido algún conflicto de cualquier tipo con alguna persona?

Hace mucho tiempo que no tengo algún problema, pero sí he tenido muchos conflictos, y no sólo con otras personas de la calle, sino también con los mismos que de vez en cuando tratan de ayudarnos. La calle es un lugar muy competitivo, la gente lucha por sobrevivir, y eso crea tensiones. En mis primeros años, la droga me llevó a ser más agresivo, más irritable. Antes yo prendía con agua (se ríe), no me importaba mucho lo que sucediera. Con el tiempo aprendí a controlar mi temperamento, a ser más tranquilo. A veces hay roces con otros en la calle, por algún rincón, por algo de plata o por un mal gesto, pero trato de mantener la calma. Hoy trato de ver todo de una forma mucho más tranquila. No molesto a nadie y nadie me molesta a mí.

¿Ve su vida cambiar de alguna forma en el futuro cercano?

Es bastante difícil (comenta mientras esboza una pequeña sonrisa), ya son muchos años viviendo de esta forma, entonces no hay algo que me haga pensar que pueda cambiar dentro de poco. Y no es porque no he intentado salir de esta situación; traté de conseguir trabajo muchas veces, pero nadie contrata a alguien de la calle. Por un tiempo estuve limpiando parabrisas, pero un día se rompió mi palo limpiavidrios y no pude seguir. Entonces acepté que la calle sería mi casa por un largo tiempo, y así fue. No pienso que en un futuro vaya a cambiar mi vida, pero tampoco me desespero, ya no vivo en la espera de que todo se solucione. Vivo el día a día, hago lo que puedo, trato de mantenerme bien. Y si en algún momento aparece una oportunidad, la tomaré, obvio. Pero ya no me angustio como antes. No tengo muchas expectativas.

¿Qué reflexión haría sobre su situación para el resto de las personas que no entienden lo que significa vivir en la calle?

(Piensa por un momento) Les diría que antes de juzgar a alguien que vive en la calle, intenten ponerse en su lugar. Porque la vida no siempre es tan simple como parece desde afuera. Nadie elige vivir en la calle, nadie se despierta un día con la intención de perderlo todo. Las circunstancias, las malas decisiones y las malas influencias, como me pasó a mí, todas esas cosas pueden llevarte a terminar en un lugar como este. Y, en muchos casos, no es falta de ganas o de esfuerzo, es que la vida te golpea de maneras que no sabes cómo enfrentar ni cómo levantarte. Nadie llega a la calle con la idea de quedarse ahí. Es un camino largo, que se va dando poco a poco, sin que te des cuenta. Y lo que la gente ve afuera es solo a alguien tirado en la calle, pero no entienden la historia que hay detrás. Nos ven como un problema, como si no quisiéramos cambiar, pero casi nadie se detiene a pensar en las razones que nos trajeron hasta aquí. La calle te cambia, y mucho. No es solo el frío o el hambre, también son las miradas de desprecio. La gente te trata como si no fuéramos personas, y eso duele. Porque aunque vivamos en la calle, seguimos siendo humanos.

Las agitadas olas se estrellan contra la costa a escasos metros de Jorge, quien parece quedar contento tras la conversación, pues comenta que hace mucho tiempo no hablaba con alguien sobre él mismo. Tras decir sus últimas palabras, se levanta un momento del muro en el que estaba sentado, saca una botella de agua de su preciado carro y bebe de ella mientras vuelve a su lugar; se queda por un momento solo y callado mirando cómo se unen el mar y el cielo en el horizonte. Parece haber revivido muchos momentos que de otra forma no habría recordado; se toma una larga pausa, pero su camino debe seguir, en la calle, la que ha sido su hogar durante más de 30 años.